Reflexión filosófica sobre la plenitud interior y la conciencia como fuente inagotable de felicidad
He comprendido que la verdadera felicidad no nace de lo que poseemos ni de lo que el mundo pueda ofrecernos, sino de la claridad con la que nos habitamos.
Decir “soy el hombre más feliz que he visto” no es una declaración de superioridad, sino el reconocimiento de haber hallado paz en lo que soy.
He dejado de medir la plenitud por lo que falta y comencé a verla en lo que permanece: la conciencia despierta, que no busca colmarse, sino expandirse.
La tristeza y el aburrimiento son ahora presencias sin dominio; existen, pero no gobiernan. Entiendo que el conocimiento no se acumula, se transforma, y que la vida no se trata de llenarse de respuestas, sino de seguir preguntando desde un lugar más lúcido.
No hay fin en la conciencia, porque es infinitamente infinita, y en esa infinitud encuentro el sentido mismo de estar vivo.
Así, mi felicidad no depende de circunstancias, sino de comprensión. La plenitud no se alcanza, se recuerda. Y quien logra recordarla, ya no teme perder nada, porque ha aprendido que nada esencial puede perderse.